lunes, 27 de septiembre de 2010

Natalia Festa



Las pinturas de Natalia Festa hablan en parte, de cultura popular, de personajes y su soledad, su momento de contemplación, sus santos, su música, su infinito mundo de magia, de color, de formas monstruosas e infantiles, su postura eterna y congelada, en un gesto a veces frío e incómodo, a veces relajado o en rictus de pasión fervorosa.

Un mundo sumergido, de a momentos gris, que Natalia reflota ante nuestros ojos dotándolo de poesía y color.  Y la música, la más cotidiana y nuestra, la que se escucha en la calle, en un celular prendido en el colectivo, desde el Himno Nacional hasta la cumbia, atravesando cada una de sus obras. Alguna vez como inspiración, otra como título, otra como alivio y guía que se va desmembrando en un texto que define y carga ideológicamente, cual remate final, lo que ya estaba dicho en el dibujo.

En la obra de Natalia todo aparece desde su mirada imparcial, humana, sin juzgar, solo permitiéndonos ver cuanta belleza hay en aquellas cosas que no suelen ser vistas como bellas. Sus personajes están rodeados de pequeños dibujos, que salen de sus cabezas como un sueño o pesadilla, atrapados en colores que vomitan o salen de sus manos como ofrendas. Todo nos impele a querer conocer más del mundo interior de Festa y a desear ver el mundo exterior con sus ojos, que filtran y captan el imaginario fluyente de las millones de cabezas que pasean por la ciudad y se mezclan en multitud.

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